Por Ofelia Estrada
Perla es la tercera mujer que me toca entrevistar en el Día Mundial del Cáncer de Mama, de hecho ella no tenía planeado asistir a la plática, pues ese día tenía como prioridad ir a eventos que buscan concientizar a la sociedad sobre esta enfermedad.
Al igual que Flor Sánchez e Isabel Centeno, Perla realiza voluntariado en la asociación Unidas Contigo. Su compromiso se refleja cuando me platica de los talleres de autoexploración que imparten, y yo al ver la calidez con la que me platica las tareas de la organización, me atrevo a contarle de una muy buena amiga de mi tía que está pasando por la enfermedad en este momento. Su respuesta era la que me esperaba.
“Dale mi teléfono y dile que me llame, nosotras la podemos apoyar con todo lo que necesite, desde su peluca, brassier especial y también para que venga a tejer con nosotras”, me comenta preocupada.
Madre de tres hijas, Perla recibió su primer diagnóstico en 1994, cuando tenía 44 años. Para ella enterarse del resultado fue inesperado, e incluso se preguntó: ¿Por qué yo?.
“Cuando supe sentí como una cubetada de agua helada, sientes que se te baja la sangre y abandona tu cuerpo. Nunca te esperas por qué tú, pero después dije: bueno, por qué no. Si a cualquiera le puede dar, pues a mí también”.
El diagnóstico de Perla resultó ser temprano gracias a que cada año acudía a realizarse la mamografía, además de que se siente afortunada de haber estado protegida médicamente. Al igual que para Flor e Isabel, su familia y amigos fueron parte importante de su proceso.
“Se preocuparon mucho, me querían apapachar, me llevaban galletitas y hasta de comer. Con las radiaciones como que no me daba hambre, no se me antojaba nada, y recuerdo que una amiga siempre me llevaba algo de lo que ella hacía de comer para ese día”, recuerda con alegría.
Mi esposo estuvo codo con codo conmigo, me acompañaba a todo, estaba muy preocupado y mortificado, pero siempre estuvo a mi lado, eso es algo hermoso”.
Además de todas estas muestras de apoyo y solidaridad que tuvo, una de sus hijas le pintó un cuadro en el que se aprecia un cactus con espinas y una flor.
“Le pedí que me pintara un cuadro de una cactus lleno de espinas pero con una flor, porque yo decía: hasta un cactus que tiene tantas espinas, florece. Yo, que en ese momento me sentía tan mal médicamente, decía: aquí también puedo florecer, a pesar de esto”.
Diez años después, en 2004, Perla volvió a recibir un diagnóstico similar: El cáncer había regresado por segunda vez, pero en esta ocasión tendría que ser sometida a quimioterapia, un tratamiento al que le tenía mucho miedo.
“Cuando te da la primera y recibes tus tratamientos, te dicen: si en cinco años no hay, pues ya te aliviaste para toda la vida. Yo me la creí, ya no me preocupé y seguía haciéndome mis mamografías por rutina y por control, pero no me esperaba que me volviera a da. Dije: si pude una vez, por qué no voy a poder dos”.
Nada más que esta vez me dio más miedo porque me dijeron que como ya me había dado hace 10 años, entonces tenían que darme quimioterapia, y yo le tenía pavor por todo lo que había visto en ese tiempo en la televisión”.
Sin embargo, la actitud y energía que mantuvo durante los dos tratamientos, es algo que ha marcado los últimos años de su vida. Perla agradece haber tenido esta experiencia, pues le enseñó que su salud es fundamental y debe realizar actividades que la hacen sentir bien consigo misma, además de poder haber creado un grupo de autoayuda para otras mujeres en la clínica donde fue tratada.
“Siento que el cáncer es, ahorita que veía las flores, como si en tu vida te podan. Así es el cáncer, te poda tus planes que tenías, por un tiempo es momento de cuidarte y arroparte, y luego viene la primavera, vuelves a florecer, y te juro que cada vez eres una persona mejor”, finaliza.
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